DE JULIO me gustan el fresco de las mañanas y el sol de las tardes. Las mañanas de julio son como un examen de conciencia. Las disfrutas si nada pesa en el corazón. Esa brisa con olores tenues de verano que te envuelve al salir de casa y quiere entrar entera en los pulmones, agrandarlos, al tiempo que tonifica la piel con un escalofrío agradable, esa brisa fresca y aromatizada produce una cierta levedad que alegra el cerebro y los ojos de la gente siempre y cuando anden sin deudas en el lado izquierdo del pecho. Si son sólo pesares, tristezas, angustias pequeñas y otros males de menor cuantía, las mañanas de julio pueden incluso curarlos. Tienen esa virtualidad que jamás niegan a los madrugadores de mirar limpio y afanes generosos, por muy apesadumbrados que amanezcan. Debe de ser cosa de ese sol blanco, que aún no se ve entre las nieblas, pero que alumbra las cosas sin quemarlas, sin consumirlas, sin hacerlas propias, dejándolas ser como son, hermosas y tranquilas. El sol del mediodía las aplasta y las obliga a destellos hirientes. El de la tarde, más amable, les aplica una pátina dorada, que también engaña algo, pero es tierno con los viejos y los niños y los pobres. Nuestros parias.
03 de julio de 2005
Email del autor: psanchez@udc.es
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