El sábado 17 de Junio de 2006 leí un artículo en LANACIONLINE bajo el título "Auge del microrrelato, el arte de escribir ni una palabra de más". El mismo fue escrito con motivo de un encuentro celebrado en Buenos Aires por aquellos días.
El artículo comenzaba con las siguientes palabras: "Es el minicuento ineludible para entrar en tema: "Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí". Con las siete palabras de "El dinosaurio", el fallecido escritor guatemalteco Augusto Monterroso provocó un fárrago de estudios y aproximaciones interpretativas en todo el mundo (...) Precisamente durante tres días, en Buenos Aires escritores de la Argentina, Venezuela, Chile, México y España protagonizarán el primer encuentro de microficción, que puede considerarse preparatorio del III Congreso de Microficción, que tendrá lugar en Suiza a fin de año..."
"Lo más curioso del microrrelato es que con tres frases te abre unos mundos enormes. Es una pequeña obra maestra", se dice en el artículo más adelante.
También afirmaba: "el mismo ya se encuentra imbricado en la tradición latinoamericana, antes que en la española peninsular, el microrrelato tuvo en la Argentina nombres de aquilatada trascendencia: Borges, Bioy Casares, Cortázar, Blaisten, Denevi, Anderson Imbert, Macedonio Fernández, Villafañe. Y, de manera contemporánea, Ana María Shua, Luisa Valenzuela, Raúl Brasca, Mario Goloboff, Gabriel Jiménez Emán, entre otros".
Así, pues, hace ya un par de años atrás mi amigo vasco Íñigo Pírfano, eximio compositor y filósofo, me introdujo de alguna manera en ésta temática literaria desafiante, dándome a leer un microrrelato de su autoría; bastante ingenioso por cierto.
Muy bien, he aquí un par de "cuentitos" -algo maduros como para presentarlos, pienso yo-, de mi propia producción:
La ventana dejaba ver el rojo y el azul del cielo. Afuera solo atardecía. Ella tecleaba lentamente. Él llegó y a propósito dijo hola en voz baja. Luego se sentó donde pudo. Ella respondió al saludo como sin querer hacerlo. Luego trato de mirarla. Y ella no pudo no sentirse observada. Él simplemente hizo silencio. Ella no pudo soportar sentir su presencia, sus gestos, sus ojos, su olor. Entonces él se levantó y dijo en un tono neutro: me voy yendo. Ella siguió tecleando y escuchó que la puerta se abría con displicencia y con la misma displicencia se cerraba.
OTRO POETA MALDITO
César escribía poesía. Qué bello es el estío, decía. Admirable flota la luna argentina sobre el firmamento estrellado, garabateaba sobre el papel. El fresco y rozagante capullo retoña nuevamente en septiembre, repetía cuando florecían los naranjos. Pero un día -de mañana-, sus amigos se dieron cuenta de que había dejado de poetizar. Dramáticamente se volvió poema. Pobre, dijo su vecina, mientras lo llevaban al manicomio para encerrarlo en el pabellón “Antonin Artaud”.
EL ESCRITOR
La mano escribía sobre un papel en el que estaba escrito la mano escribía sobre un papel.
AHORA
Los relojes de San Antonio de los Cobres no se decidían a dar las doce de la noche. Las agujas temblaban, como si hesitaran varios segundos antes de atravesar la determinante rayita. Así lo hicieron una hora, siete días, 14 semanas… Así los relojes de San Antonio aprendieron a marcar la eternidad.
El artículo comenzaba con las siguientes palabras: "Es el minicuento ineludible para entrar en tema: "Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí". Con las siete palabras de "El dinosaurio", el fallecido escritor guatemalteco Augusto Monterroso provocó un fárrago de estudios y aproximaciones interpretativas en todo el mundo (...) Precisamente durante tres días, en Buenos Aires escritores de la Argentina, Venezuela, Chile, México y España protagonizarán el primer encuentro de microficción, que puede considerarse preparatorio del III Congreso de Microficción, que tendrá lugar en Suiza a fin de año..."
"Lo más curioso del microrrelato es que con tres frases te abre unos mundos enormes. Es una pequeña obra maestra", se dice en el artículo más adelante.
También afirmaba: "el mismo ya se encuentra imbricado en la tradición latinoamericana, antes que en la española peninsular, el microrrelato tuvo en la Argentina nombres de aquilatada trascendencia: Borges, Bioy Casares, Cortázar, Blaisten, Denevi, Anderson Imbert, Macedonio Fernández, Villafañe. Y, de manera contemporánea, Ana María Shua, Luisa Valenzuela, Raúl Brasca, Mario Goloboff, Gabriel Jiménez Emán, entre otros".
Así, pues, hace ya un par de años atrás mi amigo vasco Íñigo Pírfano, eximio compositor y filósofo, me introdujo de alguna manera en ésta temática literaria desafiante, dándome a leer un microrrelato de su autoría; bastante ingenioso por cierto.
Muy bien, he aquí un par de "cuentitos" -algo maduros como para presentarlos, pienso yo-, de mi propia producción:
Había una vez un cuento que se contaba a sí mismo: yo vivo en un libro de tapas robustas y carmesí. No soy muy largo pero dicen que entretengo. Mi casa tiene más de treinta y seis páginas, pero es fácil de leer. Mi primera página dice: había una vez un cuento que se contaba a sí mismo.
LEVEDADLa ventana dejaba ver el rojo y el azul del cielo. Afuera solo atardecía. Ella tecleaba lentamente. Él llegó y a propósito dijo hola en voz baja. Luego se sentó donde pudo. Ella respondió al saludo como sin querer hacerlo. Luego trato de mirarla. Y ella no pudo no sentirse observada. Él simplemente hizo silencio. Ella no pudo soportar sentir su presencia, sus gestos, sus ojos, su olor. Entonces él se levantó y dijo en un tono neutro: me voy yendo. Ella siguió tecleando y escuchó que la puerta se abría con displicencia y con la misma displicencia se cerraba.
OTRO POETA MALDITO
César escribía poesía. Qué bello es el estío, decía. Admirable flota la luna argentina sobre el firmamento estrellado, garabateaba sobre el papel. El fresco y rozagante capullo retoña nuevamente en septiembre, repetía cuando florecían los naranjos. Pero un día -de mañana-, sus amigos se dieron cuenta de que había dejado de poetizar. Dramáticamente se volvió poema. Pobre, dijo su vecina, mientras lo llevaban al manicomio para encerrarlo en el pabellón “Antonin Artaud”.
EL ESCRITOR
La mano escribía sobre un papel en el que estaba escrito la mano escribía sobre un papel.
AHORA
Los relojes de San Antonio de los Cobres no se decidían a dar las doce de la noche. Las agujas temblaban, como si hesitaran varios segundos antes de atravesar la determinante rayita. Así lo hicieron una hora, siete días, 14 semanas… Así los relojes de San Antonio aprendieron a marcar la eternidad.
Comentarios
Te cuento que en el mío hable una vez sobre cuentos cortos y conocí este sitio que se dedica a publicar cuentes de menos de 55 palabras: http://55palabras.blogspot.com/
Saludos y te dejo uno mío:
La bibliotecaria
Esa noche sacó del viejo cajón una lapicera y su cuaderno de hojas en blanco. Con su velador de luz cansada volvió a escribir su novela. Esa que había empezado 35 años atrás en una noche que parecía la misma. Solo que esta vez la mano que sostenía la
lapicera estaba más arrugada y cansada.